Lamiña es uno de los asentamientos de población más antiguos del valle, y constituye por su localización una atalaya dominante sobre éste. De su existencia se tienen noticias documentales en el año 978 ya que allí se encontraba el monasterio de San Fructuoso, fruto de la repoblación visigoda llevada a cabo durante la Alta Edad Media. De la existencia de este antiquísimo monasterio nos da fe la Ermita de San Fructuoso, situada en un bello paraje natural a unos dos kilómetros del pueblo, y levantada sobre una necrópolis de tumbas de lajas de época altomedieval. Guarda en su interior un sarcófago y unas pequeñas columnas pertenecientes al estilo prerrománico asturiano, de la segunda mitad del siglo IX.
Lamiña iría quedando con el tiempo fuera del primitivo camino foramontano, dando como resultado que el pueblo mantenga el carácter campesino y rústico de sus orígenes. Es por ello que su fisonomía aún está caracterizada por la presencia de numerosas casas llanas, como la hilera existente a la entrada del pueblo, o aquellas otras hileras de típicas casas con solana que forman pequeñas calles con nombres de reminiscencias tan antiguas como el Barrio Marceliano.
Pero también podemos encontrar casonas, como las del Barrio de la Calleja, del siglo XVIII; o la de Velarde, conocida como la Casa Pinta por las figuras policromadas que se conservan en la parte interior de los muros cortafuegos que cobijan una solana cerrada con ladrillo y madera; o la del Barrio del Collugo, que tiene la particularidad de presentar un soportal abierto en sus lados por medio de tres arcos de medio punto; sin olvidarnos de la Casa del Madero, lugar tradicional de reunión de los concejos del pueblo.
También merece atención la iglesia, construida en el XVII bajo la advocación de la Virgen del Rosario, que cuenta en su interior con elementos provenientes de la vieja fábrica de San Fructuoso, como una preciosa benditera con elementos decorativos paralelos a los del sarcófago antes mencionado. Con el mismo origen, podemos ver en la fuente de Arriba un sarcófago, esta vez sin decorar, usado como pilón. Y entre las varias fuentes existentes, no debemos olvidar la conocida Fuente Roñosa, situada en lo alto del pueblo, un manantial con el color rojizo característico de las aguas ferruginosas, que todavía se usa para curar dolencias digestivas.